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Emoción y Racionalidad

Las conexiones entre la amígdala (y las estructuras límbicas relacionadas) y la neocorteza son el centro de las batallas o los acuerdos operativos avanzados entre cabeza y corazón, pensamiento y emoción. Es por eso que cuando nos sentimos emocionalmente alterados decimos que no podemos “pensar correctamente” y la perturbación emocional constante puede crear carencias en las capacidades intelectuales, deteriorando la capacidad de aprender.
La opinión generalizada es que la emocionalidad se contrapone a la racionalidad y por lo tanto a la eficiencia. Sin embargo, las teorías neurobiológicas y cognoscitivas modernas sostienen exactamente lo opuesto: es imposible ser racional sin ser emocional.
Ciertamente las emociones pueden nublar la conciencia, pero sin emociones no hay siquiera posibilidad de conciencia. Las emociones aparecen mucho antes que los pensamientos en la escala zoológica. Las partes del cerebro que se ocupan de los pensamientos racionales (el lóbulo frontal y la neocorteza) se desarrollan y permanecen firmemente enraizadas a partir de las que se ocupan de las emociones básicas (el cerebelo y el sistema límbico).
Como dice Goleman, “este sentido corporal profundo de bienestar o malestar es parte de un flujo continuo de sentimientos, que corre en forma permanente en el trasfondo de la conciencia. Así como hay un flujo de pensamientos, hay un flujo paralelo de sentimientos. La noción de que la racionalidad es ‘puro pensamiento’ sin emoción es una ficción, una ilusión basada en la inconciencia acerca de los estados de ánimo sutiles que nos embargan durante el día. Tenemos sentimientos acerca de todo lo que hacemos, pensamos, imaginamos y recordamos. Pensamientos y sentimientos están entretejidos en forma inseparable”.
¿Nos gobierna la razón y por eso no nos animamos a vivir nuestras emociones?
Esta pregunta refleja con bastante exactitud la creencia que tenemos acerca de la relación que existe entre la razón y las emociones: la de un antagonismo esencial. Las concebimos como excluyentes y, por lo tanto, creemos que tenemos que elegir entre una y otras. Si ganan las emociones seremos emocionales y si gana la razón seremos mentales.
Ese modelo se basa en la idea de que la mente y la emoción son opuestos esenciales y que entre ellos existe una eterna lucha. Las emociones y la mente no sólo no son opuestos sino que son esencialmente complementarios.
La función de la mente es coordinar y posibilitar las emociones. Lo que ocurre es que la mente en su estadío inmaduro no sabe cómo interactuar con las emociones y desde su ignorancia intenta resolver el problema de las emociones, dominándolas o suprimiéndolas. Esta es la respuesta de la inmadurez y la ignorancia de la mente pero no su función básica potencial.
Nos hemos confundido y le hemos atribuido a la mente como función lo que en realidad es una característica de un momento inmaduro de su evolución. Entonces hemos complicado mucho la relación emociones-mente porque hemos concebido un antagonismo esencial que no existe. Y le hemos dado a lo que es un momento transitorio el sello de algo estructural.
Un diálogo imaginario que puede resumir esta batalla: El impulso emocional le dice a la mente: “Yo quiero expresarme y vos no me dejás, te la pasás calculando y anticipando y me tenés maniatado y amordazado. ¡Te voy a arrasar para poder ser feliz…!”
Y la mente le responde: “ Vos sos la amenaza para la felicidad, avanzás enceguecido y traés más problemas que otra cosa…! Estoy harta de que te ilusiones y te equivoques y después tener que arreglar los platos rotos por lo que hacés. ¡Te voy a frenar como sea porque sos un peligro total…!”
Cuando están en batalla, las emociones no reconocen la parte de verdad que puede haber en lo que la mente dice y la mente tampoco reconoce lo verdadero que las emociones pueden estar expresando. Están luchando entre sí para imponerse una a la otra. Pero esa actitud de no reconocimiento es la consecuencia de la batalla en la que están inmersas, no porque sean, por naturaleza, refractarias una a la otra.
El único problema significativo que existe entre las emociones y la mente es el que se produce cuando entran en combate entre sí.
¿Cómo es su complementariedad?
En realidad las emociones y la mente son como las dos manos o los dos hemisferios cerebrales. Para decirlo en forma simplificada, las emociones registran predominantemente un estado interior y en la mente prevalece el contacto con el escenario externo.
Las dos percepciones son necesarias y sólo cuando se complementan es que pueden producir una respuesta íntegra y satisfactoria.
Siento el impulso de gritar y la mente, cuando es madura, me dice: Acá en el teatro no se puede… te propongo que al llegar a casa nos encerremos en el cuarto más aislado y grités todo lo que necesites… ¿qué te parece?
Ésas son precisamente las características de la mente madura: reconoce la realidad del impulso y lo respeta, evalúa las condiciones externas, y sobre esa base propone algo. Propone, no ordena.
La mente inmadura en cambio cree que sabe lo que es adecuado, se siente el amo y da órdenes.
En este ejemplo diría: “¡Cómo vas a gritar acá… estás loca…! ¡Siempre con necesidades raras…! ¡Dejate de tonterías y mirá la obra!”
¿Cuál es la relación entre la oposición mente-emociones y la duda?
Una de las causas de la duda crónica es, efectivamente, la oposición entre las emociones y la mente:
“Quiero cambiar de trabajo y mi mente me frena… Quiero mudarme de casa y mi razón se opone… Quiero unirme a tal persona y mi mente me dice que no… Y me estoy debatiendo entre una cosa y la otra y no sé qué hacer…”
Este estado es muy frecuente y paraliza a quien lo padece porque a veces predomina una fuerza, a veces predomina la otra y no se produce una síntesis que permita tomar una decisión.
El trabajo necesario aquí es promover el diálogo entre las dos partes, como si fueran dos socios igualitarios —eso es lo que son— que están en reunión de directorio para definir qué se va a hacer con la mudanza o con lo que sea que esté en debate.
Es muy notable observar que en la medida en que cada uno puede expresar su punto de vista y su propuesta, y a su vez escuchar la respuesta del otro y además se van aclarando los malentendidos que los convirtieron en adversarios, se van produciendo cambios muy importantes en la relación. Básicamente vuelven a conectarse con su condición de socios que están tratando de resolver un problema común.
Las emociones comienzan a reconocer la parte de validez que hay en lo que la mente aporta y la mente también puede reconocer la importancia de lo que el impulso expresa.
Esta actitud les permite incorporar y hacer también propia la visión del otro y por lo tanto pueden enriquecer su percepción inicial. De este modo y por este camino es que se van acercando a la tan anhelada respuesta que los dos pueden suscribir.
En ese momento se recupera la integridad perdida, la duda cesa, y se vuelve a estar disponible para la acción.
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